
No se trata de poesía ni de espiritualidad, sino de biología pura: cada centímetro cuadrado de la piel humana emite una pequeña cantidad de luz como subproducto del metabolismo celular. Aunque imperceptible al ojo humano, este fenómeno —conocido como «emisión ultradébil de fotones» (UPE, por sus siglas en inglés)— es una expresión genuina de los procesos vitales que sostienen la vida.
Un equipo de científicos de la Universidad de Calgary y del Consejo Nacional de Investigación de Canadá ha documentado este fenómeno con un rigor sin precedentes. En un estudio recientemente publicado en The Journal of Physical Chemistry Letters, los investigadores han captado y medido esta tenue radiación luminosa en organismos vivos, como ratones y plantas, utilizando cámaras digitales de alta sensibilidad con sensores EMCCD, capaces de detectar fotones individuales con una eficiencia cuántica superior al 90 %.
En uno de los experimentos más reveladores, los investigadores fotografiaron a cuatro ratones sin pelo, antes y después de la muerte, dentro de una caja completamente oscura. Para eliminar posibles interferencias, se mantuvieron constantes factores como la temperatura corporal. Los resultados fueron concluyentes: tras la muerte, la emisión de biofotones disminuyó de manera significativa en todo el cuerpo, lo que refuerza la idea de que este brillo es un marcador directo de la actividad biológica.

La investigación también se extendió al reino vegetal. Al estudiar hojas de Heptapleurum arboricola y Arabidopsis thaliana, los científicos observaron que, ante una lesión, las plantas emitían un resplandor más intenso, como parte del proceso de reparación celular. Sorprendentemente, la aplicación de anestésicos como la benzocaína incrementaba aún más esta emisión, que persistía durante al menos 16 horas.
Un resplandor que nace del metabolismo
Lejos de tratarse de un fenómeno esotérico, la emisión de biofotones tiene su origen en la bioquímica celular. Según explican los autores del estudio, las mitocondrias —los orgánulos responsables de producir energía en las células— generan especies reactivas de oxígeno (ROS) como parte de su funcionamiento. Estas moléculas interactúan con lípidos, proteínas y otras estructuras, y en el proceso emiten pequeños destellos de luz.

La intensidad de esta luz es extremadamente baja: apenas unos pocos fotones por segundo por centímetro cuadrado de piel, lo que la hace mil veces más tenue de lo que el ojo humano puede percibir, según un estudio previo publicado en 2009. Curiosamente, el rostro es la región que más brilla, con variaciones que parecen estar sincronizadas con los ritmos circadianos.
¿Qué ocurre con este brillo tras la muerte?
La desaparición de la emisión lumínica tras el cese de la vida se relaciona con la interrupción del metabolismo celular. Según Michal Cifra, investigador de la Academia de Ciencias Checa, el flujo sanguíneo —especialmente el aporte de oxígeno— es esencial para mantener los procesos que generan los biofotones. “No está relacionado con la vitalidad sistémica, sino con la vitalidad del tejido ópticamente accesible”, explica.
Una herramienta con potencial médico y ecológico

Más allá de la fascinación científica, este hallazgo podría tener aplicaciones prácticas en el ámbito médico y ambiental. Dan Oblak, coautor del estudio, destaca el potencial de esta tecnología para monitorear tejido vivo sin necesidad de procedimientos invasivos. Además, podría utilizarse para evaluar la salud de los bosques desde largas distancias, incluso durante la noche. “Lo interesante de la emisión ultradébil de fotones es que se trata de un proceso de monitoreo completamente pasivo”, señala el investigador.
El consenso entre los expertos es cada vez más claro: todos los organismos vivos brillan, aunque lo hagan en un espectro de luz que no podemos ver. “A esta altura, es innegable que la emisión ultradébil de fotones es real”, concluye Oblak. “Esto demuestra que no es una imperfección ni un artefacto técnico, sino una característica inherente a la vida”.
Así, la ciencia confirma lo que muchas veces se ha dicho de forma metafórica: estamos hechos para brillar. Y aunque no podamos percibirlo con nuestros propios ojos, cada célula de nuestro cuerpo emite un sutil destello que, literalmente, nos recuerda que estamos vivos.