Brian Wilson: el genio que me enseñó a escuchar el alma del mundo

No se puede hablar de Brian Wilson sin mencionar su dolor. Las voces en su cabeza, las adicciones, el control abusivo de su psicólogo Eugene Landy, la reclusión de décadas, los altibajos emocionales que lo hicieron desaparecer del mundo mientras el mundo seguía cantando sus canciones. Pero también hubo luz: el regreso a los escenarios, el amor de su esposa Melinda, sus hijos adoptivos, sus discos en solitario, el reconocimiento tardío pero sentido.

Por Andrew Barbosa Salamanca

Murió Brian Wilson. Y con él se fue una parte de mi corazón, de mi oído, de mi historia. ¿Cómo despedir al hombre que no solo reinventó el pop, sino que me enseñó a escuchar más allá de las notas? ¿Cómo hablar del dolor de perder a alguien que nunca conocí en persona, pero que fue para mí un padre espiritual, un guía silencioso, un maestro que me mostró que también en la melancolía puede florecer la belleza?

Brian Wilson fue mucho más que el cerebro creativo detrás de los Beach Boys. Fue un compositor visionario que rompió con las formas simples del pop de los años 60 para construir verdaderas catedrales sonoras desde el aislamiento, la vulnerabilidad y el amor incondicional por la música. Desde las playas soleadas de Surfin’ USA hasta los abismos emocionales de Pet Sounds, Wilson no solo definió una época: la trascendió.

El sonido de California con alma de sinfonía

Cuando los Beach Boys surgieron en 1961, lo hicieron al ritmo del surf y los autos, con armonías que capturaban el espíritu juvenil de la Costa Oeste. Pero mientras el resto del mundo los seguía viendo como la banda sonora de la diversión americana, Brian ya estaba mirando más allá. Quería componer algo que hiciera sentir a la gente que era amada. Quería crear un lenguaje nuevo con sonidos, estructuras y emociones.

Así nació Pet Sounds (1966), un disco tan adelantado a su tiempo que fue incomprendido por su propia disquera y por algunos de sus compañeros de banda. Pero hoy, ese álbum es considerado por muchos, con justicia, como uno de los mejores de todos los tiempos. Fue el que me enseñó a cerrar los ojos para escuchar, a encontrar consuelo en lo extraño, a llorar sin miedo cuando sonaba “I Just Wasn’t Made for These Times”. Porque no era solo música, era una confesión de alma.

The Beach Boys

Brian Wilson soñó con algo aún más ambicioso: “sinfonía adolescente a Dios”. Así nació Smile, concebido junto a Van Dyke Parks, como un canto a lo imposible, una obra monumental que aspiraba a trascender los límites del pop y tocar lo sagrado desde la experimentación más radical. Nunca llegó a completarse en su momento, pero su mito y sus retazos alimentaron generaciones de músicos y oyentes. Yo descubrí ese álbum inconcluso como quien encuentra un cuaderno de un genio loco, lleno de fórmulas inacabadas pero resplandecientes.

La versión final “Brian Wilson Presents Smile” (2004), fue una especie de redención personal y musical. Para mí, significó también una lección de vida, donde incluso los sueños interrumpidos pueden renacer cuando se les da otra oportunidad.

Una vida entre la luz y las sombras

No se puede hablar de Brian Wilson sin mencionar su dolor. Las voces en su cabeza, las adicciones, el control abusivo de su psicólogo Eugene Landy, la reclusión de décadas, los altibajos emocionales que lo hicieron desaparecer del mundo mientras el mundo seguía cantando sus canciones. Pero también hubo luz: el regreso a los escenarios, el amor de su esposa Melinda, sus hijos adoptivos, sus discos en solitario, el reconocimiento tardío pero sentido.

En cada uno de esos momentos, Wilson mostró una lección de humildad y resistencia. Nunca fue un héroe invulnerable, sino un ser profundamente humano que canalizó su fragilidad en arte. Eso lo hace aún más grande.

Un maestro sin aulas

Yo no estaría escribiendo esto, ni escuchando música como lo hago, sin él. Las armonías de God Only Knows fueron mi primer contacto con lo sublime. La producción de Good Vibrations me enseñó que la locura también puede ser método. Su honestidad brutal en Love & Mercy me recordó que detrás de cada obra hay una persona que lucha por ser comprendida.

Más que ídolo, Brian fue mi maestro. No con lecciones explícitas, sino con canciones que se quedaron a vivir conmigo. Me enseñó que la música no es solo ritmo, sino confesión; que los errores no cancelan el genio; que incluso las mentes heridas pueden crear belleza inmortal.

La influencia de Brian Wilson en la música popular fue tan profunda que incluso los Beatles lo reconocieron como una de sus principales inspiraciones. Paul McCartney declaró en múltiples ocasiones que Pet Sounds fue el mayor impulsor creativo detrás de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), y que “God Only Knows” es, según sus propias palabras, la canción más hermosa jamás escrita. La rivalidad amistosa entre Wilson y los Beatles marcó una era de innovación sin precedentes, en la que ambos proyectos se retroalimentaban, tratando de alcanzar nuevas cumbres musicales. Para mí, saber que el músico más grande para los Beatles era Brian Wilson, fue también una brújula.

La despedida

Brian Wilson murió el 11 de junio de 2025, a los 82 años. Su cuerpo se ha ido, pero su música seguirá iluminando generaciones enteras de almas sensibles, de soñadores, de inadaptados, de quienes buscan en el arte un refugio frente a la brutalidad del mundo. Porque Brian no compuso para las listas de éxitos, aunque estuvo en ellas, ni para el aplauso fácil, aunque lo recibió. Compuso para nosotros, a quienes alguna vez se sintieron fuera de lugar, para quienes sienten el mundo con una intensidad que a veces pesa.

Cada acorde suyo fue una plegaria, cada armonía una caricia, cada disonancia una verdad dicha con valentía. Nos habló de la angustia de no encajar, del deseo de ser comprendido, de la belleza de lo invisible. Y lo hizo sin estridencias, con la dulzura de un niño perdido que, aun así, seguía buscando el camino de regreso a casa.

Gracias por todo, Brian. Por enseñarme que se puede componer con el corazón roto y aún así llegar al centro del alma ajena. Por recordarme que hasta el silencio puede tener armonía. Que la vulnerabilidad también es una forma de fuerza. Por ser, en medio del ruido del mundo, una nota pura de humanidad.

Te debemos tanto. Y sin embargo, tú solo querías que alguien, al oír tu música, se sintiera querido.

Lo lograste. Y lo seguiremos sintiendo. Siempre.