Se ha dicho, con frecuencia, y no falta razón a quienes lo afirman, que en la capital colombiana parece que se les tuviera temor a los árboles. Porque lo cierto es que con la excepción de algunos reducidos sectores, Bogotá es una ciudad sin árboles, en forma que contrasta agudamente con lo que se observa en todas las capitules importantes del mundo.
La mayoría de las calles están completamente desprovistas de verdor, y nadie tiene en cuenta para nada el antiguo y veraz lugar común de que los árboles son los pulmones de una ciudad.
A pesar de esa realidad negativa, que no se ha procurado corregir intensivamente, se ha venido denunciando estos días que en algunos sectores de la capital, especialmente en el norte, han surgido diversas personas -incluyendo paradójicamente el propio Alcalde la ciudad- empeñados en talar indiscriminadamente los pocos árboles que encuentran. Lo cual resulta de todas formas inexplicable.
Conviene insistir en la necesidad y la conveniencia de que ese ánimo destructor de los árboles se controle y se impida.
Si algo es importante para el saneamiento ambiental y para la descontaminación producida por el tránsito urbano, es precisamente la arborización suficiente, a la que todos debiéramos colaborar decididamente para impedir que políticas absurdas conviertan a la ciudad en un desierto.
Marzo 30 de 2019