Por Andrew Barbosa Salamanca, exclusivo para BOGOTA ILUSTRADA.
Vi recientemente “Turning Point: The Vietnam War”, la serie documental de Netflix dirigida por Brian Knappenberger, y no he dejado de pensar en la intensidad con la que esta guerra sigue vibrando en la historia, no solo como desastre político o tragedia militar, sino como trauma cultural y resonancia emocional. A medio siglo de la caída de Saigón, esta serie vuelve sobre un conflicto que marcó un antes y un después en la identidad de Estados Unidos y, sobre todo, en la forma en que el poder es cuestionado. No es solo historia, es una inmersión en la memoria, la desilusión y la música. Un viaje al corazón de una guerra que, en muchos sentidos, nunca terminó.
La serie reconstruye desde múltiples ángulos un conflicto que no solo dejó más de tres millones de víctimas en el sudeste asiático, sino que dividió a Estados Unidos. Cada uno de los cinco episodios, de más de una hora de duración, narra no solo lo que ocurrió militarmente, sino también el derrumbe moral de una potencia convencida de su excepcionalismo. Vietnam fue una grieta profunda en el relato de la guerra moderna, pues allí se expuso el cinismo de los gobiernos, la distancia insalvable entre el discurso oficial y la realidad, y el surgimiento de una ciudadanía crítica que, desde la protesta y la cultura, desmontó la narrativa de la guerra justa.
Una guerra en estéreo: la música como campo de batalla
Lo que impacta de Turning Point no es únicamente la crudeza de sus imágenes (masacres, testimonios de soldados desmoralizados, grabaciones inéditas de presidentes tramando cómo sostener lo insostenible), sino el peso simbólico que tiene la música como otro frente de la guerra. No es exagerado decir que Vietnam tuvo su propia banda sonora. Como dice el veterano Doug Bradley, no hubo guerra estadounidense más musical.
Canciones como “Fortunate Son” de Creedence Clearwater Revival, “We Gotta Get Out of This Place” de The Animals o “I Feel Like I’m Fixin’ to Die Rag” de Country Joe McDonald dejaron de ser simples éxitos para convertirse en himnos, a veces de protesta, a veces de desesperación. Eran canciones que los soldados cantaban en los campamentos y que los jóvenes coreaban en las calles de Berkeley o Chicago. La guerra no solo dividió países, también obligó a generaciones enteras a elegir una posición ética. Y la música fue, sin duda, el lenguaje más poderoso para expresar esa toma de partido.
En el documental, se aprecia cómo esta guerra no fue solo un enfrentamiento entre Norte y Sur, entre comunismo y capitalismo. Fue también una guerra civil dentro de Estados Unidos. Entre un gobierno que mentía sistemáticamente y una sociedad que aprendió a desconfiar. Como muestran los audios originales del Despacho Oval, muchos presidentes (Kennedy, Johnson, Nixon) sabían que no podían ganar. Pero siguieron enviando soldados, porque “nadie quería ser el presidente que perdió Vietnam”.
En ese contexto, la música fue una forma de verdad. Mientras los medios revelaban las matanzas de My Lai o el horror de la Ofensiva del Tet, las canciones hablaban en un tono que ni los generales ni los noticieros podían controlar. Algunas, como “War” de Edwin Starr o “Masters of War” de Dylan, eran directamente condenas al sistema; otras, como “These Boots Are Made for Walkin” de Nancy Sinatra, cambiaban de significado al sonar en medio de la selva, resignificadas por la experiencia del combate. Incluso “Purple Haze” de Jimi Hendrix, que en los dormitorios simbolizaba psicodelia, en Vietnam era el color del humo que pedía rescate aéreo. La guerra transformaba todo.

La música fue uno de los pocos lenguajes que logró conectar a quienes estaban en el frente con quienes marchaban en contra de la guerra. Fue el espacio donde soldados y civiles podían coincidir en la duda, en la rabia, en la tristeza. “I feel like I’m fixing to die rag” de Country Joe McDonald, veterano de la Marina, es una de las canciones más emblemáticas del movimiento antibélico, no desde el pacifismo ingenuo, sino desde la amarga experiencia de alguien que había visto la guerra desde dentro. Su frase “Be the first on your block to have your boy come home in a box” (Sé el primero de tu barrio en que tu hijo vuelva a casa en una caja) condensa el humor negro del soldado que sabe que el patriotismo, en Vietnam, se pagaba con la vida.
El costo humano de la guerra de Vietnam se revela con fuerza en Turning Point gracias a una amplia y conmovedora serie de entrevistas. La serie recoge voces de múltiples frentes, incluyendo a participantes vietnamitas de distintas facciones del conflicto civil, una dimensión frecuentemente ignorada en los relatos occidentales. “Con frecuencia, los eventos de esta guerra se cuentan solo desde la perspectiva estadounidense”, afirmó el director Brian Knappenberger. “Pero en Vietnam, es importante recordar que fue en gran medida una guerra civil”. Esa guerra dividió a un país en visiones opuestas de futuro, a menudo complejas y contradictorias: voluntarias del Viet Cong, en su mayoría mujeres, que resistieron tanto al ejército estadounidense como a la represión del gobierno survietnamita; ciudadanos fieles al Sur que creían en una forma de democracia; soldados del Norte y del Sur atrapados en un ciclo de violencia sin salida; familias obligadas a tomar partido o a huir. Millones de vietnamitas terminaron como refugiados en Estados Unidos, Canadá y otros países.
Knappenberger, cuyo padre fue enviado a Vietnam, también se detiene en las experiencias de los veteranos estadounidenses. Muchos fueron reclutados a la fuerza y regresaron profundamente desilusionados, no solo por las atrocidades cometidas, que la serie muestra sin ambigüedades, sino también por la indiferencia o el rechazo que encontraron al volver. “Simplemente cazas gente y la matas. Y la matas como quieres”, recuerda Scott Camil, exsoldado y activista que luego lideró el movimiento Veteranos de Vietnam Contra la Guerra. Su testimonio ante el Congreso inspiró la canción “Oh! Camil (The Winter Soldier)” de Graham Nash. La serie no elude la brutalidad, pero tampoco idealiza a quienes se opusieron, pues muestra el trauma, la culpa, la rabia y el abandono que marcaron a una generación.
La verdad fragmentada y el poder de contar
Turning Point también es una obra sobre el poder de las narrativas. Como señala el escritor Viet Thanh Nguyen en el primer episodio, la historia no son solo hechos, sino también relatos. ¿Qué se recuerda? ¿Quién cuenta? ¿Qué se omite? La serie da voz a sobrevivientes vietnamitas de ambos lados del conflicto, a soldados estadounidenses desilusionados, a periodistas que rompieron con el guion oficial, y a grabaciones de presidentes atrapados entre el cálculo electoral y la sangre derramada. La historia oficial desplomándose ante la fuerza de los testimonios.
Lo más inquietante es la similitud entre aquel entonces y el presente. Las imágenes de los campus universitarios ocupados en los 60 se reflejan hoy en los que protestan por Gaza o por Ucrania. Las escenas del colapso de Saigón dialogan con el retiro de Estados Unidos de Afganistán. El documental no lo dice abiertamente, pero la sugerencia es clara: la guerra de Vietnam no terminó. Sigue encarnada en cada intervención militar inconsulta, en cada mentira política, en cada bandera ondeada para justificar el uso desmedido de la fuerza.
La herida no cierra: música, memoria y duelo
Una de las cosas más valiosas de la serie es que no retrata a los soldados estadounidenses ni como héroes ni como monstruos, sino como seres humanos expuestos a una maquinaria de guerra que los traicionó. Muchos de ellos regresaron rotos, despreciados por el mismo país que los envió. Para muchos, fue la música la que ofreció un espacio de expresión, de catarsis, de recomposición.
Canciones como “Ring of Fire” de Johnny Cash, “Nowhere to Run” de Martha and the Vandellas, “Masters of War” de Bob Dylan o “War” de Edwin Starr se convirtieron en formas de decir lo que no se podía expresar abiertamente. La música permitió que los veteranos encontraran sentido a lo vivido, que los movimientos sociales se cohesionaran y que los artistas pusieran en jaque la retórica oficial. Fue el lenguaje de lo que no cabía en los partes militares ni en los comunicados del Pentágono.
Y es que Vietnam fue también una guerra cultural. El rock, el soul, el folk y el country no solo se transformaron con la guerra, pues ayudaron a transformarla. Desde The Doors hasta Buffalo Springfield, pasando por Bob Dylan, Joan Baez, Marvin Gaye o Grace Slick, la música expresó los límites de lo tolerable. Cantó lo que muchos querían olvidar, que los muertos no siempre caen del lado equivocado, que el enemigo puede ser el propio gobierno, que cantar también puede ser una forma de luchar.
Vietnam y el ruido del presente
Ver Turning Point en 2025 es como mirar a través de un espejo incómodo. Lo que ocurrió entonces no está tan lejos de lo que vivimos hoy. La desconfianza en el poder, la manipulación mediática, la brutalidad militar, el desprecio por la vida civil, el uso del miedo para justificar lo injustificable. Todo eso persiste. Como advierte Knappenberger, quien arremete contra la sociedad norteamericana y deja en el aire una pregunta fundamental —todavía sin respuesta—: ¿qué clase de país somos?
Porque la historia no se repite, pero rima. Hoy, vuelven a escucharse los tambores de guerra, pero también las canciones. La música sigue siendo un lugar de memoria, de resistencia, de duelo. Quizás, como entonces, sea en las letras de esas canciones donde se diga la verdad que los informes callan. Y quizás, como entonces, haya jóvenes que escuchen, que comprendan, y que decidan no ser parte de otra guerra hecha para perderse.
La serie documental tiene esa vocación: recontextualizar los recuerdos de Vietnam para quienes lo vivieron, y abrir una puerta a quienes apenas conocen el conflicto, pero heredaron su sombra. “Espero que muchas personas que nacieron mucho después de estos acontecimientos vean algo de nuestra época y encuentren relevancia en ella”, dice Knappenberger. “Que puedan comprender mejor el mundo y orientar sus vidas y decisiones, mientras las nuevas generaciones continúan este drama humano y la historia sigue su curso”.