Por Andrew Barbosa Salamanca**
Miguel Onofre Chávez deambula en estos momentos por las calles del centro de Bogotá, rebuscándose la vida entre el bazuco y las pocas monedas que recolecta durante el día. Este habitante frecuente de la calle del Bronx sería un anónimo más sino fuera porque su pasado encierra una historia urbana que pocos conocen, y que se resiste a desaparecer, sobre todo por las nuevas generaciones del hip hop, que insisten en perpetuar la memoria de su talento, considerándolo un ídolo y referente obligado del rap colombiano.
Todo comenzó precisamente un día de 1995 cuando se oyó desde el barrio Las Cruces al grupo La Etnnia, quienes libres de prejuicios y señalamientos, decidieron relatar la vida de los suburbios bogotanos. Su primer álbum El Ataque del Metano, considerado hoy un clásico del género, es una crónica hiperrealista que trata temas tan vigentes como la violencia, el consumo y la venta de drogas, así como la limpieza social. Integrante de dicha agrupación, dejó de llamarse Miguel Onofre Chávez para conocerse con el mote de Zebra. Con su voz grave y compacta, dejó entrever su genio para la interpretación de canciones donde la dicción alterada de sus vocablos predominaba en cada estribillo. En el tema Noicanícula, con finos riffs de saxofón y las notas del bajo interpretado por Carlos Montoya, denotó su afición por la marihuana mediante metáforas y simbolismos auténticos, convirtiéndose en el primer tema de culto del rap colombiano que hacía alusión explícita al consumo de drogas.
La fuerte voz de Zebra recorrió itinerante las demás canciones de El Ataque del Metano, dotándolas de severidad e intensidad, alcanzando como punto máximo de exaltación su contribución a la tonada Manicomio 527, en el que muestra un particular estilo narrativo, o el llamado “Tin-tin-Taque”, su famoso coro onomatopeya que representaba el disparo de un revolver. Antes del lanzamiento oficial de su primer álbum, La Etnnia ya era reconocida como una banda de culto que llenaba escenarios, donde las canciones de El Ataque del Metano se coreaban por multitudes en sus presentaciones. Malicia indígena de 1997 fue su segundo disco, aunque sin tener la misma contundencia de su álbum debut, sobresalió la pieza dramática Cargado de ilusiones, que narraba con la óptica de un lente cinematográfico, el viaje incierto de una mula del narcotráfico, que abrumada por el miedo de su travesía, terminaba sentenciada en el extranjero.
En su tercer álbum Criminología de 1999, trataron de retomar la fuerza visceral del sonido de antes. Canciones como La bolsa, en donde Zebra hace la voz en segunda persona, se describe una escalofriante escena de tortura practicada por sujetos a un traficante de drogas. Era la época en que La Etnnia salía de gira por el mundo.
Pero los malévolos espectros de los guetos que Zebra retrataba en sus canciones, no tardaron en cobrarle una mala pasada. Víctima de la adicción al bazuco, tuvo que dejar La Etnnia para refugiarse en la clandestinidad. Sumergido en las calles, por un tiempo transitó en los parajes desolados de la indiferencia y la enfermedad, viviendo en carne propia la realidad marginada de sus composiciones.
Luego de varios intentos por recuperarse, frecuento con el auspicio de las compañías de la caridad varios centros de rehabilitación, hasta que pudo obtener un respiro a su pesadilla. Retornó a la música convencido de ser una leyenda. Consciente de emprender su carrera de solista, recibió varias ofertas de raperos que lo invitaron a grabar. Pero fue en el año 2006, producido por el sello Golpe Directo, cuando lanzó al mercado el disco The ghetto super star. Con invitados como Santacruz, Rey Chesta, y Fonxs, presentó un repertorio de genuinas métricas, aunque menos agresivas comparadas con las de su pasado en La Etnnia. En su intento de romper con los sonidos que lo conectaban con su antigua banda, exhibió piezas de calibre ochentero como Rapper Moon Full, y una versión renovada de Noicanícula, titulada Noicanícula II, añadiéndole llamativas cuñas sintéticas, caracterizadas por ligeros samples sincopados.
El único videoclip que Zebra rodó como solista en su carrera fue Cementerio. Combinando secuencias de voces terrenales con rápidas imágenes de mausoleos y bóvedas del Cementerio Central, protagonizó el roll de Cronos, evocando expresiones de tinte existencial acerca de lo irremediable de la muerte. Con Animales 2006 se conjugan los testimonios de tres monólogos que, desde varias perspectivas, cuentan su visión sobre la suerte y la adversidad.
El largo y difícil camino que Zebra se labraría después sería predecible. Nuevamente las calles se convertirían en su refugio. De vuelta a la pipa, desaparecerían de su vida los escenarios y estudios de grabación. Sin saberse si esto ocurriría solamente cuando estaba cantando o también cuando estaba componiendo, todas las veces vivió en el horror de las drogas. En contraste, sus amigos de calle que continuaron con el proyecto de La Etnnia, ganaban mayor reconocimiento internacional y su prestigió les permitió recibir condecoraciones de la ONU, que les otorgó el premio Messengers Of Truth (Mensajeros de la Verdad), creado y desarrollado por las Naciones Unidas para destacar a los artistas y creadores de diversos países del mundo que han contribuido a difundir los objetivos del milenio, que persiguen entre varias cosas, mejorar las condiciones de vida en barrios marginados. A espaldas de los triunfos, los rumores sobre la desgracia personal de Zebra comenzaron a difundirse entre las redes sociales, conmoviendo a muchos fanáticos del rap, que nunca lo olvidaron. Por eso no es extraño oír su nombre a gritos entre la gente que asiste a los conciertos de La Etnnia, y que jamás han dejado de vitorear sus canciones.
Cuando todo parecía que la calle se tragaría todo presente y futuro en la vida de Zebra, hace un mes se volvió a saber de él. Las autoridades locales habían allanado la calle del Bronx, desmantelando los expendios de drogas, y encarcelando algunos traficantes menores. Después de la redada y ante la insistencia de los habitantes de la calle que fueron desalojados de su guarida, unos días después se les permitió regresar a la calle maldita. Para amenizar su llegada, la Alcaldía de Bogotá organizó varios eventos culturales, entre ellos, un recital libre de raperos. Varias personas se arriesgaron a rapear, subiéndose a la tarima. Esperando su turno, con semblante envejecido, con una espesa barba y una evidente alopecia, le llegó el momento de cantar. Reapareciendo del anonimato, y con un aparatoso dramatismo, Zebra volvió a exorcizar sus demonios, interpretando con la misma energía de su juventud varias de sus canciones, siendo de nuevo el poeta del suburbio, la voz del lumpen. Para colmo, y como les ha ocurrido a varios artistas que han sufrido la condena del olvido, fue proclamado héroe del espectáculo y merecedor de una lluvia desbocada de aplausos, pero al finalizar el evento, volvió a extraviarse entre la multitud, a continuar su paso errabundo.
Quizás a los numerosos admiradores de la música de Zebra les interesa pensar que acaso a ese sentimiento de inferioridad que rigió su adicción al bazuco, se debe mucho de lo que es en la actualidad su leyenda, un decano de la música urbana.
Sea esta nota, por lo pronto, el registro de un acontecimiento significativo para la cultura bogotana, como indiscutiblemente lo es el hip hop, evitando que queden desoladas las historias de sus protagonistas, y permanezcan en la memoria, que en propias palabras de Zebra en el tema Renkor, marquen una huella en nuestros corazones: “Yo soy solo un hombre en busca del destino, enciendo un cigarro y sigo mi camino…”
** Abogado, escritor (1982).