Por Jack Farfán Cedrón**
William Faulkner mereció una biografía agitada. Un río púrpura, el Mississippi, lo trajo a este mundo en 1897. Su prontuario de guerra literaria y de hombre de campo lo inscribió como Biznieto del Coronel W. C. Falkner, quien deliberadamente entre los blasones oxidados de algunas batallas victoriosas, se agenció la gloriosa autoría de The White Rose of Memphis y Rapid Ramblings in Europe.
Una infancia embebida por el eco de los hombres de tierra, maíz y padecimiento, como los Bundren, conduciendo el cadáver de su madre en Mientras agonizo (1930). Llevó una niñez asaz orlada por un Mississippi que cantaba las cenizas del sufrimiento esclavo.
Desde esa agitación vital (una vida así no la podría soportar sino un verdadero escritor), acaso la tromba invisible de Santuario (que recorre el torrente helado de la sangre ávida de espanto), Luz de agosto, Las palmeras salvajes, o Mientras agonizo (una propuesta narrada desde muchas voces, pero desde un solo y genuino talento), vistió birrete universitario, pintó casas, fue vago, peón de tarea, lavaplatos, librero en Lord and Taylor de Nueva York, bancario y cartero; este oficio le costó que fuera despedido después de haber abierto alguna correspondencia, por pura curiosidad.
El ejercicio de soldado raso durante la guerra, para la Real Fuerza Aérea Británica le granjeó después, como bien merece el diablo talentoso que gana por experiencia a los golpes del destino, ser Miembro de la Fraternidad Sigma Alpha Epsilon.
Se leía en una curiosa hoja de vida, con motivo de la aparición de su primer legajo literario, conformado por un manojo de poemas: Dirección actual, Oxford, Miss. Escribió The Marble Faun en la primavera de 1919 (Joseph Blotner, ed., Selected Letters of William Faulkner, Nueva York, Ramdom House, 1977, pág. 7.
Gustó de exponer la novela a través de los personajes, según la escisión enciclopédica de un Borges de Historia universal de la infamia.
En la voluminosa correspondencia de James G. Watson, 1989, literalmente, pagaba, palabra a palabra, las rentas e impuestos que el gobierno de los Estados Unidos le apremiaba, como dura tarea por mantener en flujo universal la gloria de su prosa.
Como Dostoievski, se podría afirmar que era un escritor guerrero, atribulado por las pasiones humanas, la enfermedad y el vicio (poseía un alambique donde se fabricaba su propio whisky de maíz, el cual se bebía hasta el último concho, mientras elevaba a Gran Arquitectura, el completo de su obra narrativa). Como Poe, que a la primera copa de ginebra desataba una guerra interior entre el delirium tremens, que lo echaba en harapos a las calles; como el autor mismo de “El escarabajo de oro”, de quien se dice que hasta hoy aparecen sobre su tumba, botellas a medio beber de brandy, cartas y rasguños de uno que otro noctámbulo dark, que acaso él mismo encarna, como el decurso de su inmortalidad literaria.
A Faulkner el oficio no lo condujo sino a las páginas, como Hemingway, quien luchó por aquella frondosidad imprecisa que la panca literaria abruma en las novelas.
Relató, con paciencia, monumentales obras que encumbran al corazón de Dios los merecidos sufrimientos del hombre sureño de los Estados Unidos.
Escribió en seis semanas Mientras agonizo, en tanto oficiaba de extinguidor de incendios; de centinela, por las noches, en la planta eléctrica de la Universidad de Mississippi. Ello demuestra las batallas ganadas, los demonios interiores extinguidos, a punta del golpeteo interior cifrado por la escritura a máquina.
Aún no consolidado el Stream of Consciousness, (flujo de consciencia), probablemente tomado de la corriente Nouveau Roman, por Henry James (hermano menor de William James, el psicoanalista), se deslizó por las líneas faulknerianas de manera magistral.
Esa insurrección lo identifica como un rebelde sureño que transitó por la contemporaneidad de la novela vista como un “género mestizo, proteico e inclasificable”, al ver de Manuel Rodríguez Rivero, en “Gótico sureño”.
Es un hecho indiscutible que abordó la tradición de un James Joyce, Virginia Woolf y Marcel Proust. Como ellos, afrontó la ruptura desde un fondo mágico de agua.
Faulkner, quien añadió una “U” a su ancestral apellido, cultivaba una chacra en Lafayette Country, y es probable que la historia registre el suceso de una familia pobre de blancos conduciendo el cadáver de su madre.
Se trató de emparentarlo con Hemingway, pero sus detractores desistieron al ver que sus extensas frases ocupaban largas y magistrales páginas, como no sucedía en el autor de Adiós a las armas.
Tras el fracaso editorial de Sartoris, cerró las puertas a los editores para encerrarse a escribir, seriamente.
El universo de Faulkner representa aquel bajo mundo de ruina y desolación del llamado “gótico sureño”, sub-género propalado por escritores como Tennessee Williams o Truman Capote.
Peder Zane en The Raleigh News and Observer anota, no sin cierta fruición de domesticidad académica: “Ningún escritor en inglés, excepto Shakespeare, ha sido tan analizado y discutido”.
Mudas temporales, diversos puntos de vista, elipsis, toman encuadre. “Personalidad múltiple” es lo revelado en sus personajes, creando un álbum fotográfico, que desliza un caleidoscopio de puntos de vista sin precedentes. Deja su literatura, una serie foto-fílmica de obsesiones discutidas por la crítica, como el dramático suceso sureño, con sus incestos, violaciones, y un rigor social implantado en detrimento de la endeble identidad de las personas, que según la propia filosofía del escritor, debían sugerir en el lector la propia imaginación que les prodigue en sus relatos.
“Faulkner escribió veinte novelas y usó veinte estrategias narrativas diferentes para cada una”, dice Thomas Inge, profesor en Virginia y autor de numerosos trabajos sobre el escritor: “Nunca estaba satisfecho con lo que había hecho”. Y la historia no se cansará de reconocerlo.
Premio Nobel de Literatura en 1949, aun después de dejar de escribir novelas por breve lapso, para convertirse en guionista de Hollywood, “el conde”; apodado así por sus coterráneos de New Albany, por aparecer vestido ostentosamente, no abandonaría la escritura.
De ¡Absalom, Absalom! las últimas trescientas páginas están consideradas entre las más bellas que el genio humano haya podido producir.
“Conde de pacotilla”, era llamado, El que a veces salía estrafalariamente vestido de su granja, girando mundos mutables, palpables, por el universo de Yoknapatawpha.
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**Jack Farfán Cedrón (Perú, 1973). Entre otros volúmenes líricos ha publicado Pasajero irreal (2005), Gravitación del amor (2010), El Cristo enamorado (2011) y Las consecuencias del infierno (2013). Modera el blog ‘El Águila de Zaratustra’, además de editar las revistas digitales Kcreatinn Creación y más & la Plaquette El Cabuyal. Es Socio Fundador de El Cabuyal Editores y Kcreatinn Organización. Algunas revistas virtuales en donde han aparecido textos suyos: Letralia (Venezuela); Periódico de poesía (UNAM), Destiempos, Campos de Plumas (México); Revista de Letras (España), El Hablador, Fórnix, Sol Negro, El Nuevo Diario (Perú); Ablucionistas, Letras hispanas (USA) y Resonancias (Francia). En 2016 formó parte de los ciento cinco poetas de todo el mundo, invitados al III Festival Internacional de Poesía de Lima, FIP Lima.