Más allá de las estrategias de conservación de las áreas protegidas, no se ha establecido una política de ordenación ambiental del territorio que permita recuperar, conservar y ampliar el área de reserva.
Eso fue lo que determinó Alan David Vargas, magíster en Ordenamiento Urbano Regional de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), luego de analizar las decisiones de ordenamiento estatal sobre los cerros Orientales que se han dado los últimos 40 años.
La percepción de estos cerros como un “muro” natural que restringe el crecimiento urbano en el oriente de Bogotá ha propiciado el incremento del valor del suelo, por lo cual se necesitan políticas para conservar su riqueza ambiental.
Al respecto, el profesor Vargas considera que, aunque se cree que la mejor forma de proteger la naturaleza es poniéndole límites y separándola de las personas, es necesario acercar los cerros Orientales a la ciudad, para alcanzar un ordenamiento territorial que incluya la ecología en las zonas urbanas.
“Ver a los cerros Orientales como un límite solo hará que haya más presión por el valor del suelo. Se debe pasar de lo restringido a lo propositivo y ver cómo, a partir de ese perímetro urbano, en lugar de separar la reserva la traemos hacia la ciudad, lo cual también es una forma de hacer ordenamiento”.
En términos ambientales, este territorio corresponde al Área Reserva Forestal Protectora de Bogotá Bosque Oriental, declarada por el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena) en 1976. A futuro, se espera que se convierta en un corredor entre el sistema de páramos de Sumapaz, al sur, y el de Chingaza, al oriente.
Plan a largo plazo
El desbordado crecimiento de Bogotá en los últimos años ha conllevado a la contaminación de ríos y a la reducción de humedales y bosques. A futuro se debe tener como prioridad la recuperación de las zonas afectadas, pero también la implementación de estrategias para revertir el proceso.
Para ello, la investigación propone que se plantee un crecimiento ordenado de la ciudad y de las áreas ecológicas.
“Ello no solo implica recuperar las zonas que ya están degradadas por la minería y la deforestación, entre otras prácticas, sino también integrar al sistema el suelo en el que hasta ahora no había figuras de protección o que no eran prioritarias”.
Esto debe considerarse como un plan a largo plazo en el que los diferentes sectores que están al borde de la ciudad, como las viviendas ubicadas entre los cerros y la carrera Séptima y en la parte norte hasta la carrera Décima, estén obligados, con ayuda de organismos estatales y empresas privadas, a adaptar sus construcciones para que de algún modo presten servicios ecológicos.
Entre las opciones se encuentran la agricultura urbana y la adaptación de techos verdes, con el objetivo de contribuir a la soberanía alimentaria, mejorar el hábitat y disminuir el consumo de energía.
Según el profesor Vargas, “para que esto sea viable, se propone redistribuir el impuesto predial y así conseguir que los poseedores de las propiedades cumplan con el objetivo. Esto requiere un trabajo entre el Estado y los propietarios para que, al término de 15, 20 o 30 años, todas las fachadas estén asociadas al entorno de montaña”.
Aunque es inevitable el crecimiento de la ciudad, se debe pensar en su transformación o adaptación para albergar nueva infraestructura hacia zonas que no requieran sacrificar valiosos recursos naturales.
“Las rutinas económicas y sociales de los ciudadanos deben adaptarse a los cerros Orientales para establecer hábitos sostenibles. También hay que preguntarnos: ¿queremos unos cerros grises o una ciudad verde?”, concluye el magíster Vargas.
Fuente. Agencia de Noticias UN-