En una brillante tarde de domingo, un grupo de trabajadores del Distrito caminó alrededor de la Plaza de Bolívar en Bogotá vestidos como palomas, con picos de cartón cubriendo sus narices, mientras decenas de palomas volaban por encima y dejaban sus excrementos en monumentos y cornisas de los edificios oficiales.
Agitando sus alas de plástico y realizando breves parodias, instaron a los curiosos peatones a no alimentar a las grandes bandadas que descienden cada día a la Plaza Bolívar, una gran plaza de la época colonial flanqueada por la Catedral católica romana y el elegante edificio del Congreso de Colombia.
«Hay demasiadas palomas aquí«, dijo Mauricio Cano, un biólogo que dirigió al grupo de imitadores de aves. «Alimentarlos es malo para las personas y para las aves«.
Mientras que Londres ha tratado de asustar a las palomas rebeldes lejos de las estaciones de tren mediante el despliegue de halcones amenazadores, y París ha empleado métodos anticonceptivos para limitar el tamaño de los rebaños, el Gobierno de Bogotá está tratando de combatir la sobrepoblación de palomas a través de campañas educativas que instan a las personas a no alimentarlos.
Los funcionarios creen que si las personas dejan de alimentar a las aves, dejarán de concentrarse en las plazas públicas donde sus excrementos manchan edificios históricos y ponen en riesgo la salud de las personas. Si las aves, que no son nativas de Colombia, no se acumulan en grandes cantidades, es probable que su tasa de reproducción también disminuya.
Julio 10 de 2019