Por: Dayana Darias Valdés
Cuando mamá tiene cáncer las cosas se complican. Todos comienzan a mirarte con una sonrisa acogedora similar a la lástima. Las personas se acercan con la intención de dar ánimos y contradictoriamente emplean un tono desalentador.
Cuando mamá tiene cáncer todos evitamos esa palabra: “cáncer” como si el simple hecho de pronunciarla la fuese a matar. Te sudan las manos y te acostumbras al alboroto de los hospitales. Te enamoras de los términos médicos y desesperadamente comienzas a buscarlos en Wikipedia. Aprendes que las palabras “fibroma” y “metástasis” causan más miedo que cualquier película de terror.
Cuando mamá tiene cáncer todos preguntan por ella.
-¿Cómo está? ¿Qué le dijo el médico? ¿Cuándo tiene turno? Si necesitas algo ya sabes…
Te acostumbras a dar siempre las mismas respuestas.
-Bien. Ahí va. Hay que repetirle los análisis. La semana que viene. Gracias por todo.
Cuando mamá tiene cáncer hay más silencio en la casa. Te pasas el día pendiente del horario de las pastillas y ella comienza a tragarse las pastillas y los dolores en una sola bocanada.
Te dice que lo dejes ahí, que lo hará más tarde, que salgas un rato y que no te preocupes. Que ingenua mamá, sigue pensando que no hay amor en el mundo mayor que el que siente una madre por sus hijos, y yo que me enfrento al mundo en un intento de quererla más que a nada.
Cuando mamá tiene cáncer papá llega temprano, la familia te llama a diario. Ellos también padecen de lástima igual que un día padecieron de sueños.
Sinceramente, agradeces la serenidad del ambiente, te acostumbras a la nueva palidez de su piel, a los dolores de cabeza, a todo…
Tiemblas. Un buche amargo encariñado con la taquicardia recorre tu cuerpo cada vez que suena el celular. Suspiras, siempre suspiras.
A veces un mamá tiene cáncer se convierte en un mamá tuvo cáncer. Y el ritual funerario de las manos en el hombro te recuerda que todos los días muere un héroe. Pero mamá no, ella se burla de mí, de mi rabia y de mi miedo, mamá vive.