Por Camila Osorio
Hace unos meses, el famoso director de cine colombiano Víctor Gaviria dijo en una entrevista: “Del maltrato de género no surge un relato placentero”. Gaviria discutía su nueva película, La mujer del animal (2016), que trata de forma cruda un tema que cada vez se discute con más urgencia en América Latina: la violencia contra las mujeres. “Esta película es un homenaje a las mujeres que murieron en silencio”, añadió.
La Semana Santa arrancó con la muerte —no tan silenciosa— de una de ellas. En la noche del lunes, un hombre llamado Julio Reyes asesinó a su expareja, Claudia Rodríguez, en un centro comercial de Bogotá.
Gaviria, el primer director colombiano que llegó a la selección oficial de Cannes y que es recordado por «La vendedora de rosas» (1998), filmó de nuevo un largometraje desde el punto de vista de una niña de los barrios más pobres de la ciudad de Medellín. «La mujer del animal» se enfoca en una adolescente llamada Amparo que se escapa de un internado para mudarse al barrio de su hermana. Es allí donde el líder de una pandilla, que todos los vecinos temen y apodan el Animal, la viola y la mantiene secuestrada durante varios años.
La película son dos horas de golpes, insultos, violaciones, pandillas y drogas. Gaviria pintó un mundo en blanco y negro. Pintó a un hombre con el que el espectador no puede identificarse porque su único papel es insultar, disparar, violar. “El Animal no tenía ningún rango de redención, era el mal encarnado”, dice Gaviria. Por otro lado, pintó a una mujer golpeada repetidamente por el Animal, que llora porque él la trata como a una vaca. En una escena en la que ella le cura una herida, él le pregunta hasta dónde lo quiere. “Hasta ninguna parte”, le responde ella. No es una película en la que haya matices.
A veces las cosas sí son blanco y negro, como lo fueron para Margarita Gómez, la mujer en la que está basada esta película. Ella estuvo secuestrada siete años por Libardo, con quien tuvo tres hijos, producto de múltiples violaciones.
Pero la película no solo habla de Amparo y del Animal, sino de todos aquellos que no la ayudaron.
En una escena, el Animal obliga a Amparo a vivir en un colina donde él la puede vigilar y controlar. Desde allí, Amparo también ve todos los edificios y calles de Medellín. Quizás es la imagen más poética con la que Gaviria puede explicar que la violencia contra Amparo sucede frente a toda la ciudad; nadie se detiene a verla a ella. Otras tomas se enfocan en los ojos: los del Animal vigilando a Amparo y los de los vecinos mirando hacia otro lado.
En marzo, cuando Gaviria estrenó su película en Colombia y la presentó también en el Festival de Cine de Nueva York, otro símbolo cultural colombiano vivió su propia polémica de género.
El director técnico de la selección colombiana de fútbol designó, en un partido contra Bolivia para las eliminatorias del Mundial de Rusia 2018, a Pablo Armero como lateral izquierdo. Armero, un futbolista de treinta años que juega en el equipo brasileño Bahía, fue arrestado hace un año en Miami por golpear a su esposa, María Bazán. Desde entonces, no había vuelto a jugar representando a la selección.
Según las autoridades, Armero no solo golpeó a su pareja sino que también la arrastró del pelo y luego se lo cortó. El pelo, arma de seducción femenina en miles de propagandas de acondicionadores, es también el karma de Amparo en «La mujer del Animal«. En varias escenas, el hombre la agarra del pelo para arrastrarla y golpearla frente a los vecinos. Ella se cansa de que su pelo se vuelva una herramienta para el Animal y se lo corta. Cuando él la encuentra, con su corte “de niño”, ella le dice que nunca más la podrá arrastrar.
A diferencia del Animal, Pablo Armero es un tipo que sí se ha ganado el cariño de la audiencia. Fue una de las estrellas del equipo en el Mundial de Brasil 2014 (la primera vez que Colombia llegó a los cuartos de final) y era adorado por las cámaras cuando bailaba salsa después de cada gol. Armero está en la cúspide del éxito, es guapo y talentoso. En la pantalla chica o grande, es lo contrario del Animal.
Por eso, cuando la presentadora de deportes Andrea Guerrero dijo que la federación no debió dejarlo jugar, empezó a recibir insultos y amenazas. “No comparto que mi selección, la que tiene a mis ídolos, tenga un hombre que maltrató a su mujer”, dijo Guerrero, la única mujer entre los cinco presentadores que discutían el partido en ese momento.
“Entonces no vea el partido”, “Lo deportivo va aparte de lo personal”, “Quítenle el micrófono”, “Vieja loca”, “Debería retirarse de la TV, irse de Colombia” y “No más mujeres hablando de fútbol” son algunos de los mensajes que recibió en Twitter.
Guerrero denunció que recibió amenazas de muerte y de violación. La polémica creció a tal punto que ONU Mujeres publicó un comunicado en el que expresó su “preocupación hacia la vida e integridad de la periodista”, y reiteró que la violencia contra las mujeres nunca es un “asunto privado”.
Pero Pablo Armero jugó su partido.
«La mujer del Animal» es una película que ayuda a pensar en casos como el de Armero y, a la vez, no lo hace. Al pintar la violencia de género de forma binaria, no nos da respuestas para esos miles de casos en los que el abusador sí genera simpatía en su barrio, entre sus amigos o en su país. La violencia no solo surge en los barrios pobres de Medellín, sino en todas las esquinas, incluidas las del fútbol. Son en esos casos en los que se pone a prueba nuestra capacidad de mirar y reaccionar.
Es fácil odiar al Animal en la sala de cine. Pero no es igual de fácil odiar a Armero antes del partido. Como no es fácil odiar a Bruno Fernandes de Souza, el nuevo arquero del Boa Esporte en Brasil que fue contratado tras purgar una condena por asesinar a su exnovia y darle de comer los restos a sus perros. Aunque este no es un problema solo de deportistas o pandilleros.
Tampoco es fácil odiar a amigos o miembros de nuestras familias que admiramos y nos sorprende cuando nos enteramos que también golpearon a las amigas, primas o tías que queremos. Es más difícil reaccionar frente a todos esos casos que también pasan en esa colina hacia la que podemos mirar.
Cada cuatro días en Colombia es asesinada una mujer por su pareja o expareja y 76 por ciento de los casos de violencia contra las mujeres en el país son cometidos por sus novios, exnovios o maridos, según datos oficiales. Catorce de los veinticinco países con las tasas más altas de feminicidios están en América Latina y el Caribe, de acuerdo con un análisis de ONU Mujeres. Las estadísticas sobre violencia son importantes pero incompletas, porque siempre está la sospecha que son más las mujeres golpeadas que las que denuncian. Por eso las producciones culturales, como las películas, vuelven a las mujeres algo más que cifras.
Algunos de estos casos mostrarán a un hombre como el Animal, pero otros a hombres como Pablo Armero. Víctor Gaviria pide que miremos y denunciemos la violencia contra la mujer.
Lo que no advierte es que no todos los hombres serán como el Animal.
Fuente: The New York Times