Por acuerdo, ¿con quién?

Por Henry Barbosa

La política colombiana tiene un talento innato para reciclar caras conocidas y apellidos ilustres. Ahora resulta que la señora María José Pizarro cree tener derecho de cuna para ocupar cargos públicos, como si ser hija de Carlos Pizarro le diera un pase vitalicio al Congreso. El eterno síndrome del “yo merezco”, marca registrada de los delfines políticos.

El viejo truco de lo más corrupto de la política, en cada elección presidencial en Colombia se repite la misma farsa: casi un centenar de presuntos “precandidatos presidenciales” que no buscan llegar a la Casa de Nariño, sino asegurar un cupo en el Congreso.

El libreto es tan viejo que ya aburre: se lanzan a la presidencia, saben que no pasarán del umbral del ridículo, pero logran lo que buscaban desde el principio: exposición, cámaras y una posición privilegiada en la lista al Senado. La señora Pizarro no fue la excepción. Su candidatura fue un ensayo publicitario disfrazado de heroísmo político.

La señora Pizarro sabía desde el principio que mordería el polvo en las urnas como candidata presidencial, por eso se retiró en las primeras de cambio y también sabía que al inscribirse como candidata al senado en la consulta tampoco le iría muy bien. El país, que a veces parece distraído, no olvida, la gente no es ingenua ni tiene mala memoria. Sabe bien que fue ella quien eliminó del proyecto de reforma laboral un derecho histórico de los sindicalistas —los mismos que a lo largo del tiempo han puesto los muertos en la lucha por las conquistas laborales—, todo para congraciarse con su amiga Paloma Valencia.

Como si fuera poco, fue también la primera en negarse a respaldar el proyecto de rebaja del salario de los congresistas, una de las promesas estrelladas del Pacto Histórico. Con gestos así, no se pierde por falta de votos, sino por exceso de incoherencia.

Pero ahí está, sonriente, abriéndose paso a codo limpio para subirse a la tarima junto a Iván Cepeda o tomar de gancho al presidente Petro en sus giras, como si la foto fuera sinónimo de legitimidad. Cree que eso le garantiza regresar al Senado.

Y ahora cabe preguntar: ¿cuántos votos creen que realmente aporta la señora Pizarro a la lista del Pacto, en caso de que —por esos pactos en la sombra tan frecuentes en la política criolla— le terminen otorgando el primer puesto en la lista al senado? La respuesta, probablemente, pesa menos que el ruido de su discurso.

Mientras tanto, Carolina —sí, esa que no necesitó apellido ni linaje político— recorrió el país, habló con las comunidades y consiguió más de 600 mil votos a punta de trabajo y cercanía. La diferencia entre los reflectores y el territorio es abismal.

Al final, en Colombia no hay herencias malditas: solo herederos bendecidos por los pactos. Lo triste es que el mérito sigue siendo el invitado que nunca llega a la mesa del poder.
La señora Pizarro no necesita votos, necesita padrinos. Y en la política criolla, los padrinos pesan más que la voluntad popular. Así se perpetúa el linaje: a punta de acuerdos, no de urnas.
Si el Pacto Histórico termina premiando a quienes perdieron con los votos pero ganan con los favores, no será histórico ni pacto: será la misma historia de siempre, contada por nuevos protagonistas con los mismos vicios.

Otro sí: Como extrañamos a Carlos Carrillo y nos sorprende su silencio al respecto. ¿Otra ‘jugadita’ de Gustavo Bolívar como en la campaña a la alcaldía de Bogotá?

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