Goles son amores: Il Codino

Detrás (o después) de un penalti fallido existe casi siempre una confabulación lucrativa. Cuando por diversas causas el penal errado se vuelve un fetiche mediático, arrastra consigo un aura disipada, una brusquedad congénita, un inmediato porvenir probable.

Por: Aynel Martínez Hernández**

Roberto Baggio.

En 1994 a Roberto Baggio – un visitante que había llegado desde el futuro directamente al Rose Bowl de Pasadena- lo desahuciaron para siempre. Baggio, en el fútbol italiano de los noventa, era un vagabundo anómalo. Quizás la culpa haya sido de Arrigo Sacchi, que concentró el exitismo del Milan en el trabajo compacto, en el juego de legiones donde cada elemento ocupaba su parte en el campo con lanza y escudo. En la península, siempre que se pudiese, había que construir algo parecido a los Immortali di Sacchi. Tipos como Baggio, con poco sacrificio táctico y demasiado libertinaje, eran abatidos por los técnicos y adorados por los tifosi, quienes, al parecer, habían llegado también desde el futuro, para juzgarlo todo.

Milisegundos después del último lanzamiento en la tanda final del mundial, contra Brasil, Baggio mira al frente, baja la cabeza; la señal oficial de la Copa del Mundo va hasta el banco de la canarinha, luego se dirige hasta Mauro Silva y un grupo de jugadores que se lanzan encima del portero Taffarel. Han pasado diecinueve segundos y no vemos a Baggio. Horas después, para muchos dejó de existir, en Estados Unidos, encima de un terreno de fútbol americano decorado para la ocasión.

Más tarde declararía que ejecutó el penal de todas las maneras posibles: “en sueños, en el pasillo de casa”, en la Juventus, en el Milan, en el Bolonia, en el Inter, en el Brescia, en la Nazionale, en Caldogno, en la PlayStation con sus hijos Mattia y Leonardo, en el Festival de la Canción de San Remo, en la final de Alemania 2006. Siempre lo había anotado. Escribió en su libro autobiográfico, Una puerta en el cielo: “Los brasileños dicen que fue Ayrton Senna [fallecido dos meses y dieciséis días antes en San Marino] desde el cielo el que elevó la pelota. Quién sabe. Es la explicación romántica a una acto inexplicable, a no ser por el cansancio”.

II

Roberto Baggio nació en Caldogno, Vicenza en 1967, año en que la Juve se llevaría su decimotercer scudetto con un punto de ventaja sobre el Inter de Sandro Mazzola; Gigi Riva (Cagliari), con 17 goles, sería el capocannoniere del torneo por primera vez (lo conseguiría en dos oportunidades más: 1969 y 1970).

Se dice que su padre lo nombra Roberto por Boninsegna y Bettega, compañeros de ataque en la Juventus de Turín. Su historia comienza como la de muchos: se cansa de hacer goles en un equipo de barrio, lo ve el ojeador de una squadra profesional, lo convence, le hace firmar. Años después diría que el mejor partido de su vida lo jugó en el Caldogno, equipo de su región natal, un día en que marcó seis goles. Debuta en el Vicenza con quince años, en 1982, en la Serie C. Hace de todo. En dos temporadas se convierte en líder. Los lleva a la Serie B. Marca 12 goles en 29 partidos. Se lesiona. Se le rompen los ligamentos cruzados. La Fiorentina decide ficharlo y se mantiene casi dos temporadas sin jugar. Lo opera un médico francés. Bousquet de apellido. A partir de ese momento, diría que comenzó a saltar al campo “con una pierna y media”.

Con la camiseta de la Fiorentina. Foto tomada de Football Whispers.

De su etapa en la Fiore se recuerda demasiado. Se recuerdan varios goles que patentiza regateando al arquero, de falta directa, de falta indirecta, desde fuera del área, dejando a cuatro en el camino. Hay uno que le hace al Napoli de Maradona en San Paolo. Recibe la pelota en tres cuartos de cancha -su ecosistema predilecto- le llega una marca, engancha hacia la derecha y lo rebasa; otro jugador rival avanza desde la izquierda, se lanza al suelo, Roberto lo elude; está en el área, sale el portero y lo elimina con tres toques impúdicos. Llega con el equipo a la final de la Copa de la UEFA en 1990 contra la Juve, pierden 3-1 en la ida y empatan a cero en la vuelta.

Es mayo de 1990. Anuncian que Baggio se irá a la Juventus por 2 200 millones de pesetas; en aquellos años, el traspaso más caro de la historia. Aficionados se reúnen en los alrededores de la sede del club de Firenze para protestar por el traspaso de su ídolo. Reuters reportó 50 heridos y 51 detenidos. A poca distancia está la concentración de la azzurra para la Copa del Mundo. Baggio tiene que salir acompañado por los guardias después de los entrenamientos con el combinado nacional. Hay algunos que dicen que Il Codino* salió de Florencia en el maletero de un automóvil.

Parte del banquillo en los dos primeros partidos del mundial. Del banquillo también sale Salvatore Schillaci, futuro goleador del torneo. Así lo decide el técnico Azeglio Vicini, que prefiere para la punta a Vialli, referente de la Sampdoria y a Carnevale, delantero del Napoli. Con la clasificación en el bolsillo, después de victorias por uno cero ante Austria (a diez minutos del final) y Estados Unidos (con un gol de penal), el seleccionador decide dar juego a los suplentes en el partido ante Checoslovaquia. Baggio anota uno de los mejores goles en la historia de los mundiales: ejecuta una pared con Giannini y comienza la aniquilación: deja atrás a Vladimir Kinier, Tomas Skuhravy, Ivan Hasek, Miroslav Kadlec  y define. En octavos derrotarían a Uruguay y en cuartos a Irlanda. La semifinal se juega contra Argentina en San Paolo, el feudo de Maradona. Después de los goles de Schillaci y Caniggia, el juego se extiende hasta los penales. Baggio marcó el suyo. Fallaron Donadoni y Serena. Por el tercer puesto, ante Inglaterra, Roberto abre la cuenta al 71, Platt empata al 81 y Schillaci da el triunfo a Italia, de penal, en el 86.

Ganó el Balón de Oro al final de la temporada 92-92, cuando vestía los colores de la Juventus. Foto tomada de Goalden Times.

El Baggio de la Juve ganó la Copa de la UEFA y el Balón de Oro en el mismo año. En la ida de la final contra el Dortmund que dirigía Ottmar Hitzfeld y que tenía al suizo Chapuisat en la punta del ataque, Roberto, el capitán del equipo, consigue un doblete; no marcará en la vuelta, pero su equipo levantará el trofeo después de un 6-1 global. Ganaría su único scudetto con los bianconeros en 1995, a la vuelta del mundial de Estados Unidos.

En el Inter-Juve de la 93-94, Roberto inicia la jugada cambiando de sector hacia la derecha y avanza hasta los tres cuartos de terreno. Llega un centro al área, un defensor rechaza, le cae a Il Codino, que saca un derechazo imparable hacia el segundo palo. Sigue repitiendo lo mismo: regates interminables, eslálones eternos, zapatazos virtuosos hasta que, a mediados de 1995, en una operación extraña, es vendido al Milan por 1 300 millones de pesetas. Ambos equipos difunden un comunicado conjunto. Hablan de proyecto común, de mercadotecnia. El fútbol de los patios de recreo está en la agonía definitiva.

Un año antes se había jugado el último mundial. En el grupo E todos los equipos terminaron con cuatro puntos. Los italianos habían perdido con Irlanda en el debut por 1-0, luego de un remate lejano de Ray Houghton que no pudo detener Pagliuca. Dino Baggio marcó el único en la victoria ante Noruega y Massaro y Bernal lo hicieron en el 1-1 entre los azzurri y los mexicanos.

En el encuentro ante Noruega, el arquero de la Sampdoria es expulsado. Sacchi sustituye a Roberto por el arquero Marchegiani. Discuten cerca del banquillo. Tres años más tarde rompería públicamente con el técnico.

Hasta ese momento, poco del jugador de la Juventus. El entrenador, claramente, no cuenta con él. Quería en la selección lo mismo que en su Milan histórico. Hay una imagen contradictoria de aquellos días: Baggio sonriente, sentado encima de un balón; al fondo, Arrigo, mirándolo, sonriendo. Ambos, odiados hasta el pitido final del tercer partido. Ambos, enfrentados hasta el hartazgo.

En octavos, frente a Nigeria, lidera la remontada (2-1) con dos goles cerca del final –otra de las rutinas en su carrera. En cuartos, frente a España, Signori filtra un balón que llega a Baggio, Zubizarreta sale, el italiano lo deja mal parado y define. Es el gol que mete a Italia en semifinales contra la Bulgaria de Stoitchkov, Kostadinov, Sirakov y Balakov. Otros dos goles de Il Divino, y a la final. En el último partido consigue, en ocasiones, inquietar a Taffarel, conecta algunos pases de peligro, se asocia. Llegan la prórroga, los penales y el entierro mediático.

La imagen lo dice todo. Foto: AP.

Después del Milan pasaría al Bolonia. En el conjunto rossoneri fue intermitente, se lesionó y no tuvo continuidad. Ganó el scudetto de la 95-96. Capello, discípulo avezado de Sacchi, lo confinó también. Llegó al Bolonia, marcó goles de toda índole y se ganó un puesto para el mundial de Francia. Llevaba dos años fuera del seleccionado nacional. Cesare Maldini, otro valedor de los planteamientos defensivos, tuvo que convocarlo casi por obligación.

Arrancó en el banquillo. Del Piero, joven estrella de la Juve que llegaba a la Copa con molestias, era el mediapunta titular. La prensa, la madre de Baggio, el primer ministro Romano Prodi, declararon públicamente su deseo de que aparecieran juntos en los onces iniciales. En el debut contra Chile, asiste a Vieri -intocable en el esquema de Maldini-, para el primer gol y luego se inventa un penalti que él mismo transforma, en el minuto 84, para empatar a dos. Contra Camerún, Vieri marca dos y declara luego: “la polémica Baggio-Del Piero ha sido magnífica; los cameruneses se han olvidado de que existo yo”. Los héroes del primer partido vuelven a juntarse para derrotar a Austria en el último juego de la fase de grupos. En octavos, contra Noruega, apareció nuevamente el delantero centro del Atlético de Madrid para certificar el pase a cuartos de su equipo. Esperaba Francia. Baggio arranca como suplente. Entra por Del Piero casi al final del tiempo reglamentario. Tiene la oportunidad más clara de la prórroga: una bolea que pasó cerca de la portería de Barthez. En la hora de los hornos, Di Biaggio falla el último penal y de vuelta a casa. Baggio no regresaría a una Copa del Mundo. Marcó 9 goles en 16 partidos (consiguieron la misma cifra Paolo Rossi, en 14, y Vieri en 9). Ningún otro nacido en la península itálica se acerca.

Se va al Inter. Diría después que fue uno de los errores más grandes que cometió en su vida. En dos temporadas, Lippi lo vuelve un habitual del banco. Se le recuerda un partidazo en la Champions contra el Madrid. Lo resolvió todo en pocos minutos. Al arquero alemán Bodo Illgner debe haberle costado bastante levantarse del suelo. Sobre su relación con el técnico interista, escribió en su libro: “En la pretemporada apenas gocé del derecho a respirar. Debía comer sólo lo que decía él, si hacía un regate de más se enfurecía, si un compañero me aplaudía se ponía negro. A los 33 años me relegó a suplente de suplentes y cuanto más bajo me pegaba, más alto volaba yo. Quería destruirme y aún lo intenta. Era un caudillo. Ostentaba una conducción militar del vestuario”.

Sus últimas temporadas las juega en el Brescia. Trapattoni no lo llama para el mundial de Corea y Japón. Tampoco para la Eurocopa de 2004. Il Trap lo convoca para un amistoso contra España en abril de ese año. Hace exactamente dos regates. Es su final en la azzurra. Anota su último gol. Ante la Lazio. En el minuto noventa, como es lógico. Días después llega a San Siro, en la visita al Milan. Un narrador comenta, al inicio del partido: “E la festa del Milan, e la festa de Roberto Baggio”. El Milan tiene el scudetto asegurado. Más tarde, Il Codino ejecutará un libre directo y el balón se irá al poste. Saldrá en el minuto 88 para la ovación del público. Quizás si hubiera jugado dos minutos más, dejaba a cuatro en el camino –el portero incluido- y se metía adentro del arco con la pelota.

Baggio celebra su gol 200 en la primera división luego de anotarle con la camiseta del Brescia al Parma, el 14 de marzo de 2004. Foto: AP.

III

Budista desde sus primeros años en la Fiorentina, Baggio, una semana antes de jugar la final del mundial del 94, se anticipó, como casi siempre, a cualquier gesto. “Mi karma es el sufrimiento”, había espetado a los medios.

Después de aquel penal, la angustia sería definitivamente, para Roby, una especie de regate incontrolable, como las manías de los mediapuntas defenestrados que, en el banquillo y en los entrenamientos, se dedican a hacerle fintas a los pomos.

Estadísticas de Roberto Baggio según el sitio sobrefutbol.

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**Aynel Martínez Hernández

Aynel Martínez HernándezLa Habana, 1992. Periodista de Cubadebate. Graduado en 2016 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

Fuente: CUBADEBATE

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